Hay un lugar, silencioso y sin forma, que habita justo antes de cada pensamiento. No tiene nombre, ni figura, ni contenido. Es un umbral invisible que atraviesas sin darte cuenta, un respiro apenas perceptible donde aún no eres lo que piensas, ni dices, ni recuerdas.
En ese instante previo al pensamiento, no hay yo, no hay mundo, no hay historia. Solo existe una presencia desnuda, una conciencia pura, suspendida como una gota de agua antes de caer. No es vacío, pero tampoco es plenitud. Es algo que es sin decirlo. Una luz sin imagen, una respiración sin aliento.
Y, sin embargo, desde ahí nace todo. Cada idea, cada emoción, cada palabra que te nombra. Es el origen silencioso desde donde surge el universo interior. No lo percibimos porque ocurre tan rápido, tan sutilmente, que lo pasamos por alto. Pero si consigues detenerte justo ahí, en ese borde, sentirás que algo te mira desde dentro sin hablarte. Como si tú no fueras quien piensa, sino quien observa que algo comienza a pensar.
Quizá ese sea el estado más puro del ser. No lo que somos cuando pensamos, sino lo que somos antes de pensar. No lo que afirmamos, sino lo que permanece antes de toda afirmación. Y tal vez esa sea la verdadera conciencia: no la que juzga, ni la que recuerda, ni la que se pregunta… sino la que simplemente es, en el instante anterior a todo.