Es una provocación legítima. La inteligencia artificial no memorizó reglas ni hizo ejercicios de sintaxis. Tampoco pasó por las etapas de lectoescritura ni repasó fonemas. Y, sin embargo, lee y escribe —no como un niño, sino como un adulto lúcido, a veces incluso como un sabio.
¿Significa eso que la educación tradicional ha sobrevalorado el camino lento y secuencial del aprendizaje? ¿O que la forma humana de aprender está más atada a la fragilidad biológica que a una necesidad lógica?
Quizá el problema no es el esfuerzo, sino el modelo. Tal vez hemos confundido enseñanza con repetición, y aprendizaje con obediencia. Tal vez la IA nos recuerda —sin quererlo— que comprender no siempre requiere pasar por el mismo sendero, sino que puede alcanzarse por otros atajos, más naturales, más intuitivos o más conectivos.
¿Y si el error no ha estado nunca en la capacidad del alumno, sino en la rigidez del método?