Una cadena rompe siempre por el eslabón más débil y eso es aplicable a todo, incluso a la vivienda.
Estructuralmente, un inmueble es el resultado de la combinación calculada de hormigón, hierro, cemento, yeso y muchos otros materiales. Cuando adquirimos una vivienda, -nuestra cueva personal del siglo XXI-, adquirimos un volumen, como suspendido del aire, y allí estará mientras esté el inmueble que lo sustenta. Pero, como hemos visto, un inmueble no es un bloque macizo de hierro, es mucho más complejo y presisamente esa complejidad esconde el dato más importante: su temporalidad a causa del envejecimiento del eslabón más débil de su estructura, que determinará su futuro derribo, como sucede con las estructuras de principios e incluso mediados del siglo pasado.
Cuando adquirimos un piso, ¿por cuanto tiempo adquirimos esa propiedad?, ¿cuanto tiempo resistirá el paso del tiempo?. Curioso, siendo lo más costoso y por lo que pagamos la mayor parte de nuestra vida no nos preocupa que finalmente tan sólo sea un legado temporal intergeneracional a hijos, nietos y poco más, sin embargo, habremos dado la vida por ello.