Desconozco si llamamos al teléfono celular “móvil” por su portabilidad o porque cuando lo utilizamos solemos movernos y hacer gestos constantemente al compás de la conversación.
De esos gestos no hacemos partícipe al interlocutor, pero sí a la gente de nuestro entorno, que no nos asocia a ninguna enfermedad mental gracias a ese pequeño artilugio.
No hay duda de que cuando hablamos por un móvil el grado de concentración es casi absoluto. Hay gente cuya entrega es total. Hablan casi a gritos. Se mueven sin parar. Sus gestos son grotescos y hasta cómicos. Nada les condiciona.
Por si fuera poco, al ser pequeño y portátil está siempre con nosotros y la capacidad de que se nos llame no respeta tiempos ni lugares. Muchos de los usuarios no son capaces de cerrar o silenciar el móvil temporalmente y es por ello que incluso los aseos públicos se han convertido en cabinas telefónicas sea cual sea la posición o el momento fisiológico en el que son pillados.
Con el móvil incluso la intimidad se hace añicos. Su poder es absoluto. Se haga lo que se haga pocas veces se sigue con ello si suena el móvil.