La tienda política

Un negocio va bien cuando los gastos generales más las compras son inferiores a los ingresos. Es razonable que si van bien las cosas se pida un crédito para invertir y poder hacer más con menos o mejor, pero mal va si se pide para compensar la falta de ingresos y así atender parte de las deudas o de los gastos generales.

Pues bien, según parece ninguna Autonomía ha aplicado el anterior principio y todas han estado endeudándose. Vistos los resultados, ninguna ha tenido buenos gestores. Como negocio todas deberían echar el cierre.

Desfases descomunales cuyas consecuencias vamos a sufrir los ciudadano con más impuestos y peores servicios aunque, eso sí, manteniendo las retribuciones de los miembros de la Administración cualquiera que sea el resultado de su gestión y, por lo visto, sin consecuencias penales que sirvan para paliar ciertas conductas temerarias.

Conocer las reglas del juego político no debería justificar que de la noche a la mañana las retribuciones de sus jugadores, -por su cuantía y cantidad-, lleguen a cotas inasumibles para un País y Comunidades Autónomas endeudadas. Si hay un salario mínimo este debería ser el patrón para todos y en función de la responsabilidad y de la eficacia de la aportación personal debería multiplicarse por un exponente razonable y asumible para el País que somos.

Generalmente, cuando oigo a los parlamentarios suelo preguntarme si en sus cabezas tienen más ideas de las que expresan. Confío que así sea, de lo contrario no hay esperanza y sin duda, cada frase que pronuncian es carísima por lo poco que aportan a su grupo, a los rivales y a los medios de comunicación cansados de oír siempre lo mismo e incapaces de publicar algo nuevo que aporte esperanza a la ciudadanía.

Hay que dar ejemplo. Los líderes están para eso entre otras cosas, pero desgraciadamente no hay carisma, no hay liderazgo, no hay coherencia, no hay respeto, no hay ética y los cargos fijan las retribuciones sin que medie el talento, el saber hacer y los resultados.

Hay unos presupuestos y a ellos deben ceñirse sus gestores. Por favor, optimicen las compras, olviden las comisiones, prioricen las obras y los servicios no por su resonancia social sino por su contribución al bienestar social y a la productividad, midan los rendimientos del trabajo habitual para no caer en el error de subcontratar a terceros no por exceso de trabajo o falta de cualificación, sino por permitir que sigan los hábitos improductivos en tareas y métodos que nadie ha enseñado en muchos departamentos, entre los que incluyo a los Ayuntamientos, muy distantes de una gestión profesional moderna, salvo raras excepciones.

Sean conscientes de que el trabajo no sólo requiere personal, para ser competitivos y productivos también la Administración ha de hacer las cosas mejor y para ello hay que cambiar los métodos y actualizar los conocimientos y eso debe hacerse aunque parezca una tarea inasumible.

Son los responsables de lo bien o mal que están los ciudadanos, piensen en ellos pero no desde el escaño, desde la ventana del despacho, desde el coche oficial o en el seno de sus familias, esa no es la realidad. La auténtica realidad está a pié de calle y no en una gran avenida y rodeados de séquito y vigilancia, sino solos, discretos y a deshoras.

No se aparten de la vida real para que el sentimiento, la emoción y el patriotismo guíen sus acciones y para que otros puntos de vista objetivos y altruistas determinen las prioridades sociales.

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