A los 79 años, muchos buscan silencio, memoria o sentido. Pero hay quienes, en vez de apagarse, arden con más intensidad. No por dentro, sino hacia sí mismos. El Magnate, convertido en tótem de una era de ruido y exhibición, parece inagotable. No por sabiduría, sino por algo más inquietante: una energía alimentada por la necesidad de existir a toda costa.
Su longevidad política no es un milagro fisiológico, sino un caso extremo de egoísmo estructural. El Magnate no se cansa porque su existencia pública depende del conflicto, del espectáculo, de dominar titulares, redes y enemigos. No busca acuerdos, busca ser indispensable. No le interesa el legado, sino la afirmación constante de que sigue estando por encima de todos, incluso del tiempo.
La reciente reforma fiscal que lleva su impronta, tan regresiva como simbólica, no responde solo a intereses económicos: responde al deseo de grabar su nombre en una estructura permanente, como si temiera que sin ese acto, se diluiría en el olvido. A diferencia de quienes envejecen buscando paz, él envejece usando el poder como espejo.
Y sin embargo, lo más inquietante no es su figura, sino la ausencia de un verdadero contrapeso. Europa, hasta ahora, no ha sabido construir ningún liderazgo que encarne una alternativa emocional y simbólica potente. Se han sucedido tecnócratas, reformistas, socialdemócratas, neoliberales e incluso figuras autoritarias. Pero nadie ha logrado lo más difícil: neutralizar al ego desbordado con un liderazgo sereno, valiente y colectivo.
Porque no basta con ser su opuesto. Se necesita un nuevo perfil: alguien que combine coraje narrativo, símbolos renovados, autenticidad sin culto al yo, y una profunda capacidad de comprender el malestar sin manipularlo, de unir sin domesticar. Un liderazgo postnarcisista, pero no débil; emocional, pero no demagógico; audaz, pero no histriónico.
Mientras ese perfil no emerja, figuras como el Magnate seguirán ocupando el espacio vacío, alimentándose del miedo, del resentimiento y del espectáculo. Su energía no proviene de la vida, sino del vacío de alternativas.
Y ahí reside la verdadera urgencia: reconstruir el imaginario del poder sin rendirlo al ego, antes de que la política se convierta definitivamente en el espejo de los que más ruido hacen… aunque estén vacíos por dentro.