En el mundo digital, lo intangible está tomando el relevo a lo tangible

Vivimos una transición sutil pero radical: lo que antes requería materia, ahora se resuelve en información. El libro se desvanece en una pantalla, la carta en un mensaje efímero, la fotografía en un flujo infinito de píxeles. El mundo digital no solo transforma lo visible: altera la jerarquía de lo real. Lo tangible —lo que se podía tocar, oler, pesar— cede espacio a lo intangible, a lo que no ocupa lugar pero define el mundo: algoritmos, datos, conexiones, presencia virtual.

En esta metamorfosis, el valor ya no se mide por la posesión de objetos, sino por el acceso a experiencias, por la capacidad de estar en múltiples lugares sin moverse, por la influencia que se propaga sin cuerpo. La identidad misma se vuelve líquida, mutable, proyectada en perfiles, simulacros y redes, más allá del rostro y el gesto.

¿Estamos perdiendo anclas o ganando alas? ¿Es esta era una emancipación de la materia o una fuga de lo concreto? Quizá ambas. Porque lo intangible digital no es vacío: es un nuevo modo de habitar el mundo, de pensarlo, de sentirlo. Pero también exige una nueva ética: ¿cómo se cuida lo que no se ve?, ¿cómo se protege lo que no se toca?, ¿cómo se valora lo que no se puede poseer?

Tal vez la gran revolución no sea tecnológica, sino metafísica. Lo digital no es solo un entorno: es una transformación del ser. Y estamos aún aprendiendo a existir en esa dimensión donde lo intangible, cada día más, dicta el curso de lo tangible.