La dignidad que se mide en un baño

En un mundo donde la tecnología avanza a pasos agigantados y la información fluye a velocidades vertiginosas, todavía existen millones de personas para las que la palabra “progreso” carece de sentido tangible. En Argentina, seis millones de personas viven sin acceso a un baño digno. No es solo una estadística: es la evidencia de que la dignidad humana puede reducirse a la ausencia de un espacio mínimo de intimidad e higiene.

Un baño no es únicamente un lugar funcional; es el umbral invisible que separa lo humano de lo precario. Su ausencia no solo expone al cuerpo a enfermedades, sino que erosiona la autoestima, refuerza desigualdades y perpetúa una frontera invisible entre quienes tienen derecho al confort y quienes viven en una vulnerabilidad crónica.

En esta realidad, la palabra “civilización” queda en entredicho. Porque mientras hablamos de colonizar Marte, no hemos garantizado que todas las personas puedan cerrar una puerta y encontrar, dentro de ese pequeño espacio, un refugio de privacidad y salud. Tal vez el verdadero progreso no se mida en innovaciones tecnológicas ni en cifras de crecimiento, sino en la simple, elemental y universal posibilidad de tener un baño propio.

La consecuencia de ignorar esto no es solo sanitaria: es moral. Una sociedad que tolera que millones vivan sin un servicio básico ha normalizado la desigualdad como parte de su paisaje. Y cuando lo básico se vuelve un privilegio, el futuro deja de ser un horizonte común para convertirse en un muro que solo algunos pueden escalar.