Desde una mina de hierro a un tenedor hay muchos procesos con valor añadido, lo mismo ocurre para conseguir una hoja de papel, la gasolina, un reactor nuclear, un chip, un televisor, etc.
En una empresa los empleados son portadores de valor añadido que en cada proceso se van sumando, de éste modo, la materia prima que entra sale manufacturada en forma de muebles, vehículos, aviones, electrodomésticos, ordenadores, etc.
En la era de los servicios no deja de ser parecida la aportación de valor añadido, si bien suele asociarse esa aportación en forma de intangibles, por ejemplo, programas de gestión, asesoramiento jurídico, agencias de viaje, centrales receptoras de alarma, compras por Internet, etc.
Pero hay empleos que el valor añadido que aportan es nulo o cuestionable y sin embargo generan un coste a cambio de unos beneficios muy subjetivos. Por ejemplo, en su día les tocó el turno a los acomodadores en cines, profesión ésta prácticamente extinguida en la actualidad. Pero otras no sólo prosiguen, sino que van en aumento y cuyo valor añadido, si van a cargo de las arcas del Estado, debería justificarse por los costes salariales que implican.
No voy a citar cuáles son éstos empleos, pues partimos de la base de que todo trabajo es digno y no es mi deseo ofender a nadie, pero si dar un toque de atención a este tipo de empleos de escaso o nulo valor añadido y que van proliferando. Sería lamentable que para mantener los índices de paro a mejores niveles se canalizaran algunas de las demandas en éste tipo de trabajos, que resultan caros e inútiles para los que lo ejercen y para la comunidad.