En defensa de los mayores

Actualmente el 70 por ciento de la población laboral tiene entre 41 y 56 años. Son muchas las empresas que asocian cambio e innovación con juventud, cuando son términos distintos que conllevan una gran confusión y generan decisiones erróneas.

Cuando terminamos la jornada laboral dejamos de ser trabajadores para convertirnos en consumidores y hay un 70 por ciento de probabilidades de que nos atienda alguién de nuestra misma edad y, por lo tanto, con muchas afinidades que favorecen o acreditan la posible transacción.

Promover y formar a ese enorme colectivo de empleados de más de 41 años es apostar por una estrategia social ganadora por sus conocimientos, por sus recursos y por su cantidad.

No envejecemos solos, envejecemos todos, nuestros clientes no permanecen inalterables al paso del tiempo, por eso es importante o aconsejable que la pirámide de edades de la empresa no esté descompensada internamente para evitar la colisión generacional ni que externamente lo esté con relación a la pirámide de edades de las empresas clientes.

Dado que los países industrializados están sufriendo importantes transformaciones demográficas hemos de adaptarnos a esa realidad y potenciar el capital humano disponible en lugar de cuestionarlo. Hemos de creer en la formación, en la motivación, en la capacidad y capacitación de la población adulta. Hemos de invertir en ello, es lo más económico y lo más rentable.

En la era agrícola o industrial no tendría sentido esta tesis, la fuerza y la juventud eran vitales, pero en la era de la información, del conocimiento y de los servicios es un hecho. En este sentido hagamos que prevalezcan los criterios de aptitud, conocimientos y formación en la valoración del capital humano y relativicemos la importancia de la edad en términos productivos.