La partícula humana

Cada día iniciamos un viaje al futuro. En ese imprevisible corto trayecto diario tenemos que actuar para que ese futuro, que se hace presente tras cada acción, nos aporte alguna emoción positiva o la menos negativa de entre las posibles.

Lo único que cambia es la forma de abordar esos posibles futuros. Los hay que nos llegan a través de otros y los hay que nacen con nosotros. Aunque todos debemos actuar ante los desequilibrios que genera cualquier cambio en nuestro entorno en busca de esa deseada y necesaria estabilidad emocional, todos somos en algún momento generadores y en otros moderadores de desequilibrios.

Siendo también el ser humano un tipo de partículas energéticas en ese inmenso universo, son escasas las que pueden generar una emisión energética con la intensidad y amplitud suficientes como para influir en todas las demás. Nuestras acciones en ese viaje al futuro suelen interactuar con partículas vecinas, la mayoría conocidas, por lo que nuestros futuros son muy dependientes y están entrelazados.

Nuestro deseo de alcanzar el futuro o de hacerlo más previsible llega a tal extremo que incluso queremos saber quién nos llama por teléfono antes de escucharle. Hemos creado la era del pronóstico para anticiparnos al diagnóstico. Sin darnos cuenta ese intervalo que media entre lo previsible y lo real está repleto de incertidumbre y ello genera enormes desequilibrios entre el presente y el futuro pues, del único posible, imaginamos muchos otros destinos que dispersan y afectan nuestro equilibrio emocional.

Como individuos venimos de la nada y vamos hacia la nada, sólo como especie podemos perpetuarnos y tener un sentido, así que nuestras efímeras vidas individuales, que entretejen futuro con pasado, son y serán vividas y recordadas como generadoras o moderadoras de minúsculos desequilibrios cósmicos.