Coche, taxi, metro, autobús, todo parece estar donde no debe y hay que desplazarse.
Moverse implica tiempo y dinero que no se invierte para hacer otras cosas productivas y menos caras.
La falta de espacio en determinadas ciudades para crecer dio casualmente con la solución al problema anterior. Para no tener que desplazarse todo o casi todo debe estar cerca y qué mejor opción que un rascacielos.
Rascacielos en el que las calles son ascensores y cada planta un centro repleto de negocios que se complementan. Los desplazamientos se limitan en su mayoría a un subir o bajar en ascensor. Pocos minutos nos separan de un cliente o de un servicio. Las interacciones son muchas y permanentes. Todo es valor añadido concentrado en un inmenso edificio.
Las necesarias pero costosas idas y venidas en coche, propias de los barrios y ciudades horizontales, se convierten en todo lo contrario en los denominados barrios verticales. Más capacidad, más diversidad, más empresas, más negocios y todo muy cerca.
Me cuentan que el Rockfeller Center de Nueva York, el complejo comercial y de entretenimiento más grande de Estados Unidos, cuenta con 338 ascensores que utilizan diariamente 400.000 personas. En él trabajan 65.000 empleados, hay 100.000 teléfonos y 45 restaurantes. Como dicen, una auténtica ciudad dentro de la ciudad. Competir con esa enorme concentración productiva en entornos clásicos es imposible.
Ellos han sabido adaptar la fórmula tradicional del trabajo a la era actual.