Tener una carrera o experiencia profesional ya no son suficientes para conseguir un empleo. No estamos en la era industrial, estamos en otra era. Unos dicen que en la era de los servicios, otros que en la era del conocimiento, otros que en la de la tecnología de la información y yo diría que en una era de transición hacia una era no identificada.
Hasta ahora las demandas de empleo se ceñían en definir puestos de trabajo ambiguos y caducos mientras que en los curriculum todo eran supuestos. Diplomas, licenciaturas, doctorados o experiencias profesionales intentando acreditar al autor para esa vacante.
Hoy, y en una país de PYMES como el nuestro, no hay puesto de trabajo que no requiera además de valor añadido personal. Ya no se trata de contratar a trabajadores a granel para realizar labores muy concretas y repetitivas, como en siglos pasados. Hoy se precisan nuevas capacidades personales. Un puesto de trabajo se genera para cubrir unas necesidades concretas pero además debe generar otras nuevas que permitan redireccionar y expandir el negocio y esa es también tarea del nuevo empleado.
Un trabajador ya no es sinónimo de fuerza física, de obediencia ciega, de hacer lo que se le pide. Un trabajador del siglo XXI es mucho más. Debe ser una empresa en si mismo. Debe ser un innovador y emprendedor en su puesto. Debe tener la capacidad de comunicación suficiente como para saber proyectar sus iniciativas y con ayuda de los gerentes, adaptarlas y aplicarlas al negocio.
El puesto de trabajo debería ser un lugar de ilusión, de autorrealización, de proyección. Comentarios como “por lo que me pagan no vale la pena hacer más” han de ser erradicados. Son un cáncer que el perezoso transmite a los demás.
Una empresa es un volcán de posibilidades pero su potencia depende de la inquietud de sus empleados. Lo importante es que una empresa, para serlo y no importa el tamaño, ha conseguido hibridar su producción tangible o intangible con un mercado, a partir de ahí, el hacerlo mejor que la competencia implicará su crecimiento o su cierre y ese hacerlo mejor, ya no es cosa del empresario, debe ser la aportación personal de cada empleado y la suma vectorial de todos los miembros. La razón social es la bandera y los trabajadores el ejército. No seamos desertores ni cobardes, luchemos como patriotas o mercenarios pero luchemos por nuestra causa, por nuestra marca, por nuestro empleo. Ganemos batallas como buenos combatientes y desarrollemos o descubramos nuevas aptitudes en nosotros mismos.
Nada volverá a ser como antes y debemos aprender de esta crisis mundial fruto de la especulación y de las rentas improductivas que se atesoran y no se reinvierten. Los hay que han querido hacer dinero con el negocio fácil de la corrupción y el fraude. Todo ello hay que desterrarlo. Sus autores sólo han aprendido a cometer delitos pero sus valores personales han menguado. No deben ser referentes ni cuando la ley no puede poner fin a sus antisociales acciones en pro de su inútil y absurda vanidad.
La palabra “trabajador” debe erradicarse. No vamos a trabajar, vamos a interactuar con los demás para conseguir unos objetivos y poner a prueba nuestros conocimientos y desarrollar nuestras aptitudes, vamos a generar valor añadido con lo que hacemos y eso ya no es trabajar, es aportar. Somos portadores de sinergias, de capacidades, de recursos intelectuales, de ilusiones.
Levantemos orgullosos la bandera de nuestra marca y ganemos la batalla de cada día no con nuestros temores, ni con nuestras debilidades, sino con el desarrollo de nuestras facultades. Las PYMES lo necesitan. Los empresarios necesitan ayuda. El país lo requiere. Redescubramos el empleo y vayamos a por el mundo con nuestras marcas como bandera.