Demasiado tarde para empezar, demasiado pronto para rendirse

Hay edades que no existen, solo miedos mal colocados.

Decir que alguien es “viejo” a los 65 años es tan arbitrario como decidir que un libro ha dejado de ser útil porque ya ha sido leído una vez. ¿No es, quizás, cuando ya se ha vivido que empieza la verdadera comprensión?

En España, la media dice que a los 68,4 años empieza la vejez. Pero la estadística no mide la curiosidad, ni el deseo, ni esa capacidad de sorprenderse que algunas personas arrastran consigo hasta el último suspiro.

Curiosamente, quienes tienen más de 65 años consideran que se entra en la vejez… ¡más tarde! Y los jóvenes, que apenas han empezado a conocerse, sitúan la frontera antes de tiempo, como si temieran que lo que les espera al otro lado fuera solo decadencia. Pero no es miedo a envejecer: es miedo a no saber qué hacer con el tiempo cuando ya no te lo ordenan.

¿Qué edad tiene una mente que sigue preguntándose cosas?

¿Qué calendario puede con un cuerpo que aún baila, piensa o ríe?

Quizá el problema no sea envejecer, sino envejecer sin proyecto. Sin transformación. Sin nuevos comienzos.

Y ahí está la paradoja: creemos que la juventud es energía, cuando en realidad es dirección. Una persona puede tener 75 años y estar comenzando algo que da sentido a todo lo vivido antes. Puede que los cuerpos se arruguen, pero hay almas que solo encuentran su forma verdadera cuando el tiempo ya no las obliga a ser otra cosa.

La vejez no es una cifra. Es un pacto con la resignación.

Y hay quien decide no firmarlo nunca.