No somos solo lo que pensamos de nosotros mismos, sino también lo que los otros nos devuelven. La amistad actúa como un espejo emocional: refleja, desafía, moldea. A través de los amigos, descubrimos tanto nuestras afinidades como nuestras diferencias.
Más allá del consuelo o la compañía, la amistad influye en nuestra identidad, en nuestra salud y en nuestra longevidad. Estudios recientes revelan que tener vínculos sólidos puede alargar la vida. La soledad, en cambio, la acorta.
Adaptarnos a distintos grupos no diluye nuestra personalidad; la expande. Ser capaz de cambiar sin perder el centro no es debilidad, sino inteligencia emocional. En ese diálogo con los otros vamos construyendo quiénes somos.
Los amigos no son un adorno del camino: son parte del camino mismo. Nos ayudan a vernos… y, a veces, a ver lo que aún no sabíamos que éramos.