Creemos que decidimos y luego archivamos la decisión en la memoria. Pero, en la práctica, muchas veces ocurre al revés: lo disponible en la memoria decide por nosotros. La mente funciona como una caché: aquello que estuvo más reciente, más repetido o llegó sin resistencia se vuelve opción “natural”. No es neutralidad; es prioridad oculta.
Aquí entra el sistema: diseño de plataformas, orden del feed, notificaciones, recomendaciones. Todo está optimizado para que ciertos contenidos crucen la barrera de la atención con la mínima fricción. Lo que pasa esa frontera se repite; lo repetido se recuerda; lo recordado se vuelve preferencia. El deseo se modela no solo por lo que queremos, sino por lo que se nos hace fácil querer.
La ilusión de autonomía nace de confundir facilidad con verdad. Si algo aparece una y otra vez, si está a un gesto de distancia, si viene envuelto en familiaridad, parece propio. Pero no lo es: es solo accesible. Y lo accesible, a escala, reescribe el mapa de lo pensable.
¿Cómo recuperar agencia? Introduciendo micro-fricciones deliberadas: pausas de un segundo antes del clic; listas breves de alternativas que no proporciona el algoritmo; comprobar el origen de lo que nos “apetece”; cambiar el orden por defecto; exponernos, aunque sea poco, a lo que no confirma. La autonomía no es un acto heroico, sino una arquitectura íntima de pequeñas dificultades elegidas.
La libertad no consiste en desear sin obstáculos, sino en elegir qué obstáculos valen la pena.