El poder que se exhibe y el poder que se esconde

Durante décadas hemos repetido la narrativa de que el dinero manda, de que las élites económicas gobiernan en la sombra mientras los políticos actúan como títeres. Y, sin embargo, la realidad reciente en Estados Unidos, Rusia y China muestra una inversión inquietante: los millonarios, tan celebrados como intocables, se inclinan ante el poder político, conscientes de que su riqueza depende de esa obediencia.

El espectáculo es revelador: presidentes que hacen desfilar a las grandes fortunas, que enumeran sus inversiones como si fueran tributos, que deciden con un gesto quién se sienta a la mesa y quién desaparece del salón. Oligarcas que caen desde ventanas, multimillonarios que desaparecen en cárceles, tecnólogos que sonríen incómodos mientras juran lealtad.

La pregunta de fondo es: ¿qué clase de poder estamos presenciando? No el poder abstracto de los mercados, sino el poder desnudo de la autoridad, aquel que dicta la última palabra sobre la vida, la fortuna y la reputación. Es un poder que no se oculta en conspiraciones invisibles, sino que se exhibe en actos públicos, cenas televisadas y juicios ejemplarizantes.

Tal vez el error ha sido pensar el poder como un bloque único. Ni lo económico domina por completo, ni lo político desaparece bajo el peso del capital. Lo que vemos es un baile: a veces el dinero guía, otras veces obedece. Pero siempre es la capacidad de someter lo que define quién manda.

Y aquí surge la reflexión filosófica: si el poder se reduce a obediencia forzada, ¿qué queda de la libertad? Cuando las élites más ricas del planeta aceptan inclinar la cabeza, ¿qué puede esperar el ciudadano común? La ilusión de autonomía se desvanece y nos queda el recordatorio brutal de que toda riqueza, toda influencia, es frágil ante la mano que regula.

Lo que los grandes líderes saben —y las élites económicas no quieren admitir— es que el poder no reside en poseer, sino en decidir. El dinero puede comprar casi todo, menos la palabra última que marca el destino de los hombres. Y esa palabra, en este tiempo, sigue perteneciendo a la política.