El talento académico -o el CI- no es un buen predictor de la productividad en el puesto de trabajo

Durante décadas, la sociedad ha confundido la capacidad de aprobar exámenes con la capacidad de resolver problemas reales. El talento académico, medido por calificaciones o coeficientes intelectuales, fue concebido como un indicador universal de éxito. Pero en el mundo laboral contemporáneo —complejo, interdependiente y dinámico— esta relación se ha desvanecido.

El CI mide una forma limitada de inteligencia: la lógica abstracta dentro de entornos controlados. Sin embargo, la productividad laboral depende de factores mucho más amplios: curiosidad, empatía, resiliencia, capacidad para cooperar, improvisar y adaptarse. Un alto rendimiento no proviene de la repetición de conocimientos, sino de la habilidad para conectar ideas, aprender de la incertidumbre y mantener la motivación incluso sin reconocimiento inmediato.

En los entornos de trabajo actuales, donde los desafíos son ambiguos y las soluciones cambian con rapidez, el conocimiento está disponible para todos, pero la interpretación creativa de ese conocimiento es lo que marca la diferencia. La persona productiva no es la que más sabe, sino la que mejor transforma lo que sabe en algo útil.

El talento académico puede abrir una puerta, pero la permanencia dentro de ella depende de algo más profundo: la inteligencia práctica y emocional que convierte la teoría en acción. Es allí donde la productividad deja de ser una métrica externa y se convierte en una expresión del sentido interno del trabajo.