La eficacia que nos detiene

Vivimos en una paradoja: cuanto más poderosas son nuestras herramientas, menos poderosas se vuelven nuestras ideas.
Hemos convertido la inteligencia artificial en una extensión del hábito, no del descubrimiento. Le pedimos velocidad, precisión, ahorro, pero casi nunca le pedimos visión.
Nos esforzamos por hacer más rápido lo que ya sabíamos hacer, como si la perfección de lo repetido fuera sinónimo de progreso.

La eficacia se ha vuelto una forma sofisticada de inmovilidad.
Reducimos tiempos, optimizamos recursos, eliminamos errores, pero no nos preguntamos para qué.
La IA nos ha dado la oportunidad de redefinir lo útil, de imaginar nuevas dimensiones del trabajo, del conocimiento, de la sensibilidad… y sin embargo, la usamos para acelerar un mundo que quizá ya no merece tanta velocidad.

Hemos confundido el movimiento con el sentido, y la mejora con la evolución.
Falta coraje para usar la inteligencia artificial no como herramienta de rendimiento, sino como instrumento de creación del futuro: un futuro donde pensar, crear y comprender no sean actos subordinados a la prisa, sino a la profundidad.

Porque el verdadero desperdicio no está en el tiempo que ahorramos, sino en el tiempo que no usamos para imaginar.